sábado, 27 de febrero de 2010

¿Seguiremos siendo amigos?

Cuando ya estamos en el pasi­llo, nos quedamos de pie y callados durante unos minutos. Entonces los dos decimos «lo siento» al mismo tiempo y enlaza­mos nuestros dedos meñiques. —No quiero que te vayas —le digo, y empiezo a llorar un poquito. Justo respira profundamente y dice: —Yo tampoco quiero irme. ¿Te parece que es fácil? El nuevo co­legio es grandísimo. No conozco a nadie. ¿Y qué pasa si se me olvida la combinación del lockers? Todos los niños que hay allí ya se conocen. Mis padres dicen que tengo que ser va­liente, que debo darle ejemplo a Da-ni. Que va a ser divertido. Pero yo sé que mi madre también está nerviosa con lo de la mudanza. Oí como se lo contaba a tu madre. Y además es de­masiado tarde para meterse en cual­quier equipo de béisbol infantil y allí a todos les parece que tengo un acen­to gracioso porque es distinto al su­yo, y tendré que aprender a hablar como ellos... y... —¿Y? —pregunto. —Y te voy a echar de menos —dice Justo, sonrojándose. Yo sonreí. Me parece que llevaba años sin sonreír. Nos quedamos un rato y lue­go le digo: —¿Por qué no me lo habías dicho antes? —Porque ya no me hablabas —me contesta. —Pero tú no querías hablar conmigo —me defiendo—. No de las cosas importantes. —Es difícil —dice, mirándo­se los zapatos. —Quiero que te quedes —le Digo. —Yo también —dice Justo, Levantando la vista—, pero no pue­do. Mis padres me obligan a ir. Pero dice que tú y tu madre podrán' ve­nir a visitarnos en verano. En verano. Más me vale empezar a practicar el acento de Alabama. Entonces, justo saca una cosa de la mochila. Es un regalo mal envuelto. Es una caja de pañuelos de papel. Dentro de la caja, está la bola de chicle. —Gracias. Es el mejor regalo que he recibido en mi vida —le digo, sabiendo que siempre lo guardaré como un tesoro. En ese momento, llega el tipo del restaurante con diez pizzas. Me llega el olor del queso y mi estómago reclama su ración. Entonces sale el señor Coten de la clase. —Más vale que entren antes de que todo el mundo se coma las pizzas. Es tu fiesta, Justo. Al entrar, pienso en cómo serán las cosas cuando Justo y yo seamos ma-yores y el no tenga que irse a otro sitio sólo porque se vayan sus padres. A lo mejor algún día podremos abrir nuestra propia empresa. Yo seré' presidenta una semana y él será presi­dente la semana siguiente. Vamos a vender tarros de miel y cajas de galletas.

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