Cuando ya estamos en el pasillo, nos quedamos de pie y callados durante unos minutos.
Entonces los dos decimos «lo siento» al mismo tiempo y enlazamos nuestros dedos meñiques.
—No quiero que te vayas —le digo, y empiezo a llorar un poquito.
Justo respira profundamente y dice:
—Yo tampoco quiero irme. ¿Te parece que es fácil?
El nuevo colegio es grandísimo. No conozco a nadie.
¿Y qué pasa si se me olvida la combinación del lockers?
Todos los niños que hay allí ya se conocen.
Mis padres dicen que tengo que ser valiente, que debo darle ejemplo a Da-ni. Que va a ser divertido. Pero yo sé que mi madre también está nerviosa con lo de la mudanza. Oí como se lo contaba a tu madre. Y además es demasiado tarde para meterse en cualquier equipo de béisbol infantil y allí a todos les parece que tengo un acento gracioso porque es distinto al suyo, y tendré que aprender a hablar
como ellos... y...
—¿Y? —pregunto.
—Y te voy a echar de menos
—dice Justo, sonrojándose.
Yo sonreí.
Me parece que llevaba años
sin sonreír.
Nos quedamos un rato y luego le digo:
—¿Por qué no me lo habías
dicho antes?
—Porque ya no me hablabas —me contesta.
—Pero tú no querías hablar conmigo —me defiendo—. No de las cosas importantes.
—Es difícil —dice, mirándose los zapatos.
—Quiero que te quedes —le
Digo.
—Yo también —dice Justo,
Levantando la vista—, pero no puedo. Mis padres me obligan a ir. Pero dice que tú y tu madre podrán' venir a visitarnos en verano.
En verano. Más me vale empezar a practicar el acento de Alabama. Entonces, justo saca una cosa
de la mochila.
Es un regalo mal envuelto. Es una caja de pañuelos de papel.
Dentro de la caja, está la bola de chicle.
—Gracias. Es el mejor regalo que he recibido en mi vida —le digo, sabiendo que siempre lo guardaré como un tesoro.
En ese momento, llega el tipo del restaurante con diez pizzas. Me llega el olor del queso y mi estómago reclama su ración. Entonces sale el señor Coten de la clase.
—Más vale que entren antes de que todo el mundo se coma las pizzas. Es tu fiesta, Justo.
Al entrar, pienso en cómo serán las cosas cuando Justo y yo seamos ma-yores y el no tenga que irse a otro sitio sólo porque se vayan sus padres.
A lo mejor algún día podremos abrir nuestra propia empresa. Yo seré' presidenta una semana y él será presidente la semana siguiente. Vamos a vender tarros de miel y cajas de galletas.
sábado, 27 de febrero de 2010
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